Por Víctor Octavio García
Cuando aprendí a manejar -nunca se me olvida que fue en un pick up Internacional modelo 1955, trasmisión grande, caja ranchera-, esto debe de ver sido por 1966-1967, en ese tiempo le acaban de traer de Estados Unidos un rifle .22 Remington a mí papá, arma que aún conservó, lo subía al “wirloche”, así le decíamos al pick up por tosco y feo, una hacha y ¡Fierros! pa’ “los Brellalitos” a las liebres y a la leña, el pretexto era para manejar, me gustaba mucho manejar, todavía, en ocasiones invitaba a alguien, más de las veces iba solo, eso sí echaba todo el día para traer varañas en lugar de leña, y si bien me iba, una liebre, rara vez llegue a matar dos o más liebres, no era una zona liebrera.
A mi mamá QEPD no le gustaba que saliera, y menos que yo manejara, en ese tiempo no había carretera, solo brecha, si encontrabas algún carro en la brecha era el “Brujo”, un chofer de don Ernesto Arámburo que movía mercancía en un camión a lo largo de todas las rancherías, al “Pelón” Montaño, próspero ganadero del rancho Yeneka, al “Patas Blancas” o al “Sandimey” que traían carros del norte, el correo o autobús que era el medio de transporte entre La Paz-San José del Cabo, algún desbalagado fayuquero o aquellos que eran como una especie de beduinos que llevaban cines a los ranchos y a las pequeñas comunidades, fuera de estos ocasionales viajeros la brecha lucía desierta.
Tendría nueve o diez años de edad, manejar el viejo “wirloche” era como ver una mosca arriba de una calabaza, eso sí tiraba cambios a lo loco -con doble clochazo- al Internacional, sobre todo en la zona que se le conoce como “Los Brellalitos” que queda en la mesa de Caduaño antes de descolgar al arroyo de Yeneka, que hay muchos columpios y hondonadas, no se podía correr por lo accidentado y malo de la brecha, así que la mayor destreza era saber “enclochar” y soltar los cambios cuando el motor te lo pedía, lo que disfrutaba al máximo, y más cuando escuchaba el “llorido” del diferencial forzando la trasmisión; de leña qué les puedo decir, cortaba un varañadero, eso sí buena leña, de palo zorrillo, brasil, palo colorado y uno que otro de máuto que no estuviese apolillado, de liebres agarraba una si bien me iba, misma que despellejaba en el acto con una trucha (cuchillo) que llevaba para tal fin, creo que a partir de aquellos años brotó en mí el gusto por el monte y la cacería, dos cosas que disfruto mucho.
En ocasiones invitaba al “Chilolo”, Flavio Castro QEPD, primo hermano, mucho más grande que yo, muy pedo, le encantaba manejar al igual que a mí, esa una de las razones del porqué no lo invitaba porque siempre quería manejar, me decía, “dame el carro, tú no sabes manejar”, y como era mucho más grande que yo, más de veinte mayor, no ponía resistencia, tenía pleito casado con él por lo mismo, Joaquín Palacios, esposo de mi tía, tenía un Ford Falconcito creo que 1960 o 1962, de tres cambios que los traía la palanca de los cambios en la caña del volante, cuando daban cine en Miraflores alborotaba a mi nana que era muy embelequera para llevarla al cine junto con los niños de Joaquín, el pretexto era manejar, en ocasiones me tocó echar esos cortes y todo por la manejada.
En ese entonces era muy raro ver automóviles automáticos y pick up de doble tracción, salvo los que traían los gringos que siempre despertaban nuestra curiosidad, años más tarde comenzaron a llegar automóviles con aire acondicionado, lo primero que hacia la gente era quitarles el aire acondicionado argumentado que calentaban y le quitaban “juerzas” al motor, me tocó ver algunos Oldsmobiles automáticos pero de botones, muy lujosos y cómodos, fuera de ahí puros estándar, los más viejos eran de doble “clochazo”, si no “enclochabas” dos veces sencillamente no entraba el cambio.
De esto han pasado más de 55 años y el gusto por la “chofereada” me apasiona; cada vez que voy pa´ Los Llanos de Kakiwui lo disfruto; tres horas de brecha (terracería) muy mala, casi a vuelta de rueda, lo que me permite “husmear” cada recoveco de la intrincada brecha más de las veces sin ver nada extraordinario, ya sea que se atraviese algún animal o encuentre algún carro tirado por fallas mecánicas o ponchaduras, por lo regular es una brecha eventualmente transitada aun cuando el camino se ve muy rodado; las distancias de un rancho a otro son enormes que van desde los siete a los veinte kilómetro de un rancho a otro, allí el gran problema es la lejanía y las distancias, fuera de eso son lugares que se disfrutan. ¡Qué tal!.
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