Por Víctor Octavio García
En el ocaso de su larga carrera política después de ser Procurador General de Justicia, Secretario de Trabajo, Presidente Nacional del PRI, Secretario de Pesca y Senador de la República, Pedro Ojeda Paullada, bohemio, alburero y dicharachero, no dejo de ser genio y figura hasta la sepultura, lo conocí aquí en La Paz en 1995 en un convivio familiar; alto, de hablar gangoso y alburero, el típico político transexenal que sobrevivió como protagonista en el quehacer político desde Luis Echeverría hasta Ernesto Zedillo, era y fue en sus entrevistas banqueteras y de off record con periodistas y medios de comunicación, un desastre total.
Hablaba más de la cuenta, con facilidad se iba de bruces y después se desdecía -algo así como el síndrome de “chilindrina”-, sus jefes de prensa tenían que ser expertos o duchos en enderezar entuertos y enmendar la plana, sabían que los encuentros de su jefe con periodistas, casuales o no, terminaban mal, desde una simple disculpa hasta una mentada de madre, era por decirlo coloquialmente, un verdadero desastre.
Cuando tenía agendadas entrevistas con periodistas o traía algún tema quisquilloso que le preguntarían, sus jefes de prensa ya traían hecho en boletín de prensa con sus declaraciones cuidadosamente impresas, se apalabran con los reporteros y tras acuerdos vía sobrecitos color manila, aseguraban que sus declaraciones fuesen tal cual como las redactaban en su oficina de prensa, ante las cámaras y micrófonos podía decir cualquier disparate o cometer exabruptos y deslices, eso sí los cintillos y balacitos de la nota estaban asegurados, incluso llevarse las ocho columnas. ¡Quihúbole!.
Algo así ocurre con algunos políticos de aquí -no pocos-, hablan y hablan sin medir consecuencias y sin reparar en lo que declaran, después culpan a los periodistas y a los medios de comunicación que “les tergiversaron sus declaraciones”, la típica excusa del hablantín compulsivo, ejemplos los vemos todos los días, la cuestión o el quid del asunto, es que no todos tienen jefes de prensa como los que tuvo Pedro Ojeda Paullada, hay casos donde ni siquiera tienen ni cuentan con boletineros, sino con simples bultos que cobran como publirrelacionistas.
Manejar información gubernamental es tan delicado e importante que no debe estar solo en manos de personas arrogantes e inexpertos, esto explica los continuos enredos de los funcionarios en sus encuentros con la prensa, y también ilustra cómo una inocentada se convierte en una agresión, ora sí que como reza el refranero popular, el hábito no hace al monje. Algún día van aprender. ¡Qué tal!.
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