ABCdario / AL ACECHO

Por Víctor Octavio García

 

A mi amigo Ricardo Barroso, con  el mayor de mis afectos. ¡Firmes!, ni un paso atrás.

 

En 2013, en plena época de mejibó –tiempo de la pitahaya– un día amanecí muy deprimido, sin ánimo, estresado; le digo a mi señora cuando estábamos desayunando, “vieja me voy a perder este fin semana, me siento mal” ¡qué tienes, qué sientes! me pregunto asustada, me siento muy estresado, sin ánimo, grody, valiendo madre, había pasado días difíciles de excesiva presión por el oficio que tengo, y le dije, iré a pasarme el fin de semana al “Aguajito” a ver si todavía encuentro pitahayas y traigo leña, hecho y dicho, en la tarde de ese mismo día ¡fierros! pal “Aguajito”, era época de secas aunque ya habían caído dos aguaceros buenos con el “Prieto” Sosa; armé una despensa, verdura, algo de frutas, carne, pollos y una hielera con un par de ballenas, agua, refrescos de cola y gatorade, me fui solo, avituallado con un cuchillo fajado en la cintura y eso sí, suficientes cigarros, no llevaba armas.

En ese tiempo iba seguido pal rancho, casi todas las semanas, siempre que cruzaba una cañada que se le conoce como de la “pimientilla”, por lo regular veía gatos, zorras, coyotes, tejones en ocasiones venados e incluso llegue a ver un “leoncillo”, que es un puma o lión pero más chico, es muy raro verlos, así que cuando comencé a descolgar la cañada luego de cruzar una brecha que hace una especie de “Y” que va pal “paraje” de los “peludos” donde los Ortega –Silvino, César, Felipe y el Chuy– hacían carbón que trasportaban en carretones a esta ciudad a través de intrincadas brechas, iba atento a ver que veía, mi audición no estaba tan deteriorada como ahora, todavía no usaba aparatos auditivos, pase la cañada de la “pimientilla” sin ver nada, salvo una que otra paloma pitahayera, así que la brechada transcurrió sin novedad.

Llegue pasada las cinco de la tarde al rancho, el “Prieto” Sosa andaba sacando un queso de la “quesera”, se sorprendió al verme porque no le había avisado que iba, hacía mucho calor aunque comenzaba a correr viento agradable proveniente del cañón, abrí una ballena que compartimos en vasos la cual rápido se evaporó entre tragos y tragos por el calor, el “Prieto” se dirigió al “zarzo” y bajó una cuajada que había cortado esa mañana, todavía con suero, muy buena, no tardamos en darle mate, nos sentamos a platicar, allá no cenan como en la mayoría de los ranchos, dan solo dos comidas, una a media mañana y otra a media tarde, así que no cenamos, saque unas costillas de res que llevaba congeladas para asarlas al siguiente día y le dije al “Prieto”, hay que ir a traer un poco de leña en la mañana ya que ordeñes, sí me contesto, nos acostamos temprano, él y su señora, doña Cuca”, adentro de la casa, y yo en una cama de “lías” en el corredor, noche tranquila arrullada por el cantar de los grillos y el bramido de las reses.

Allá no son muy madrugadores, se levantan ya que sale el sol, así que me quede en la cama con el fin de levantarme hasta que me diera el tufo de olor a café recién colado, me levante, me lave la cara, los dientes y me serví un suculento vaso de café, aunque el café normalmente lo tomó negro, cuando hay leche bronca le echo, así que me fui con el vaso a los corrales donde estaban ordeñando para echarle leche levantando espuma como café capucchino, me supo riquísimo, fue allí donde me dijo el “Prieto” que hasta en la tarde iríamos a la leña, que tenía echa una poca sobre la brecha de la “antena” y así quedamos, desayunamos y decidí ir a caminar por el rumbo de las “tetas de cabra” donde hay unos pitahayales dulces, cerca de las diez de la mañana agarre brecha hasta llegar a una loma que conduce a las “tetas de cabra”, deje el carro debajo de la sombra de un cirguelo del monte y darle a la caminada, comiendo cirguelas del monte, masticando flores de palo adanes por el vértigo   y una que otra pitahaya dulce que alcanzaba a cortar con la mano, ya que subí la mesa y agarre lo parejo de lejos divise un bulto, me metí un poco al monte para que no se espantara y llegarle lo más cerca posible, era un gato montés que se lamía las patas y no me había sentido, me senté en el tronco de una frondosa pitahaya a observarlo de lejos, no más de treinta metros, un precioso ejemplar, estuve más de una hora contemplando el animal sin que me sintiera hasta que alcanzo a “ventearme” y se metió entre el monte, corte un par de pitahayas en la mata donde estaba “guarecido”, casi no había, estaban por terminarse, como no llevaba ningún  plan me dirigí justo donde el animal se metió al monte, no tardé en verlo de nuevo sentado en un pequeño “limpio” lamiéndose las patas, me llamó la atención del porqué se lamía las patas, busque la manera de “cortarle” al viento y acercarme lo que más pudiera para ver que traía en las patas, cheque hacía donde corría el viento y en sentido opuesto me acerque llegando a escasos tres metros donde estaba, le vi sangre como espinado o mordido por otro animal, lo curioso es que no “rengueaba”,  esa mañana hasta las dos de la tarde fue de estar al acecho observando el gato montés herido que nunca supe a ciencia cierta qué es lo que traía, así que me regrese al rancho intrigado donde el “Prieto” estaba asando las costillas, llegue y me puse a preparar salsa en el molcajete y a picar verdura, ese día comidos costillas asadas con tortillas de harina, queso, frijoles y salsa en el molcajete, ya en la tarde que bajo el sol fuimos a la leña, más bien a subirla al carro porque ya la tenía cortada, corte las últimas pitahayas que me comí ese año y nos retachamos pal rancho solo a despedirme porque esa tarde me regrese a la ciudad brechando dos horas y media sin novedad, excepto vuelos rapantes de pájaros azules, una que otra paloma pitahayera y eso, si varias liebres en el camino. ¡Qué tal!

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