Por Víctor Octavio García
* Robo sincronizado
En una de mis “acampadas” en San Juan descubrí que la vida silvestre también tiene su lado gracioso; cuando me quedaba a dormir lo hacía en un catre debajo del corredor de la casa o bien, si hacía mucho calor tendía el catre debajo de unos mezquites, recuerdo que tenían un par de chivos de Víctor Tarango que habían “pillado” ya grandes en la isla San José y muchas gallinas ponedoras, en un día casi completaban una cartera de 30 huevos, así que para los desayunos no había problemas, huevos saludables dado que alimentaban las gallinas con maíz criollo, quelites, maicillo y tréboles cortados en las orillas húmedas del arroyo al igual que para el par de chivos; en las ultimas acampadas me comentaron que se les estaban perdiendo muchas gallinas, que no dejaban rastros excepto algunas plumas desbalagadas en el suelo, no tenían gallinero y dormían alrededor de la casa encaramadas en los mezquites, cuando me hicieron la revelación supuse que podían ser “coyotes de dos patas” y a la vez dude porque el rancho queda retirado y además tenían varios perros muy ladradores que ante la falta de comida seguido se remontaban en el monte a cazar liebres, chacuacas y eventualmente palomas en los pequeños “aguajes” que hay en la sierra.
Intrigado por el misterio de la desaparición de las gallinas comencé a trazar diferentes hipótesis al estilo de Sherlock Holmes, qué los coyotes, qué si anidaban en el monte, qué los gatos monteses, qué algún coyote de dos patas (gente), qué el “chupacabras”, en fin una serie de presunciones que tras sesudas deducciones iba descartando una por una hasta que en un calurosa noche de verano, de esas noches que se sofocan mucho, di con el misterioso acertijo; las gallinas no se perdían porque ese fuese su maldito destino, mucho menos por obra del Espíritu Santo o bien porque decidieran remontarse en el monte, sino porque eran víctimas de robo sincronizado perpetrado por un gato montés y una zorra. ¡Vaya, vaya!; trama muy distinta de lo que pasó con las gallinas que se le perdían a mi tía Lala, en Caduaño, hace muchos años, que se las robaban los borrachos ocasionales para hacer caldos por la madrugada; en San Juan era otra historia la que se escribía.
En mi regreso a La Paz, en una o dos ocasiones había visto una solitaria zorra atravesar la brecha en dirección al rancho más no ligue aquella extraña coincidencia con la trágica historia de las gallinas perdidas por la sencilla razón que las zorras comen frutas y rara vez cazan de no ser ratones, comadrejas y cachoras, pensar que cazaban gallinas era un reto y odisea mayor; el par de chivos eran otra cosa, seguido los veía “encaramados” en las puntas de los mezquites comiendo brotes, mejor de los “linieros” de la CFE para subirse a los palos.
En una de esas noches sofocadas descubrí lo que realmente estaba ocurriendo con las gallinas, a media noche se levantaron mis anfitriones con focos de mano gritando ¡uuushhhhh!, ¡uuuushhh! espantando un animal o animales entre los mezquites sin que los perros ladraran, me levanté y sobre el terreno de aquella misteriosa desaparición forzada de gallinas “ponedoras” fue como llegue a la sesuda deducción, siguiendo las hipótesis del “Momita” Elizondo, que las gallinas eran víctimas de un robo sincronizado de un gato montés y una zorra; el gato montés se subía a los mezquites y en el acecho de agarrar una “ponedora” tumbaba uno o dos gallinas al suelo que hábilmente aprovechaba la zorra en medio de la oscuridad; en un par de semanas se quedaron sin gallinas y el par de chivos se perdieron sin dejar mayores rastros…….pero en una olla pozolera. ¡Quihúbole!
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