ABCdario / CURTIDURÍA

Por Víctor Octavio García

 

En memoria de Onofre González, mirafloreño ejemplar, sudcaliforniano sin mezclas; DEP

 

Todos hemos construido y contribuido a forjar lo que hoy somos, no ha sido fácil ni de un día para otro; aparentemente los esfuerzos han sido aislados, unos más que otros, abonando siempre con asombrosa precisión en el proyecto de este joven y vigoroso estado; recuerdo allá por 1968-1969 a Onofre González –mi tío político– cruzar desde muy temprano el zaguán del internado de Miraflores en dirección a la curtiduría ubicada sobre una ladera que irriga todas las huertas de Miraflores, desde la huerta del “Tory” Collins hasta el palmar de Victorino Martínez.

Casado con la hermana mayor de mi mamá (Anita Castro), su imagen y en ocasiones su simple silueta al verlo pasar por un lado de los dormitorios del internado de Miraflores con una lonchera de tres compartimientos, un paliacate amarrado en el pescuezo, sombrero de palma, con los pantalones “remangados” hasta la rodilla, acompañado del “Chuy”, en veces de Gumaro y en ocasiones de Rodolfo, sus hijos (en la foto con Gumaro, su hijo) son imágenes imborrables que conservo de uno de los mejores curtidores de piel (vaqueta) de aquel entonces; Onofre González.

Alto, de tez blanca, creado en lo profundo de la sierra de Boca de la  sierra cuidando y pastoreando ganado, cortando madera y curtiendo pieles (vaquetas), hombre noble de buenos sentimientos, , trabajador y entregado totalmente a su familia; procreó  diez hijas e hijos de bien, tuve la fortuna de conocer a dos de sus hermanos mayores, también de trabajo formados en lo profundo de la sierra y del duro trajinar diario; Valente y Dionicio “Nicho” González, altos, blancos de trabajo como Onofre, don “Nicho” tenía el don de saber dónde había agua y a cuántos metros la encontrarían, su técnica era muy sencilla y elemental; acostarse en el suelo donde él creía que podía haber agua, se acostaba y ponía un oído (oreja) sobre la superficie del terreno y con eso bastaba para saber si había o no agua y a cuántos metros la encontrarían; era infalible, puntual en sus pronósticos, todos los pozos artesianos y “batequis” que existen en la zona de Boca de la Sierra, Miraflores, Caduaño, El Ranchito, El Chapule, Las Vinoramas, El Chinal y numerosos ranchos en la costa de la Los Frailes, Boca del Salado, La Ribera y al pie de la sierra son herencia del don de don Nicho González.

Seguido visitaba a mi tío Onofre en la curtiduría después de salir de clases, siempre me compartía un taco, en ocasiones mi tía me mandaba burritos con él, de frijol con queso, machaca, chorizo o de machaca de pescado, así que estaba aquerenciado con mi tío, imagínese en ese tiempo, a los 10 o 12 años de edad siempre traía hambre, nunca me llenaba, y no porque nos dieran poca ración en el internado sino porque estaba en pleno crecimiento, Concha Torres la cocinera, que me quería mucho, seguido me regalaba una o dos tortillas de harina a escondidas, con mucho cuidado les quitaba una cara y de una hacía dos tortillas –según yo– aunque era la misma tortilla; recuerdo que donde curtía era una ramada de dos caballetes con vigas y techo de palma, bien hecha, con varias pilas de mampostería (ladrillos) separadas una de otra, donde echaban las pieles (cueros) en salmuera, agua con cal y con cacalote de palo blanco (teñido) y una área para descarnar, las piletas alimentadas de un ojo de agua distante a dos o tres metros de la curtiduría formando a un costado de la misma un pequeño estanque, rodeada de árboles frutales, todos árboles centenarios y criollos de mangos, aguacates, guayabos, naranjos, carrizos y plátanos.

Pese a mi curiosidad de verlo trabajar nunca me interiorice de los procedimientos del curtido de pieles, por fortuna mis primos que lo acompañaban conocen muy bien el trabajo, hoy ya no se curten pieles (vaquetas) como antes en Miraflores, tengo entendido que las trabajan a base de químicos, no queriendo perdimos esa vieja y antiquísima tradición que nos dio identidad y pertenencia; en mi peregrinar por la zona serrana del norte de La Paz, donde aún se conserva esta vieja tradición como en La Primera Agua, Las Ánimas y San Pedro de la Presa trabajando a la par la talabartería, otros de los oficios que nos han dado identidad y pertenencia a lo largo de nuestra tricentenaria comunidad de sangre. ¡Qué tal!.

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