Por Víctor Octavio García
A mediados de los 90’, un año muy llovedor, nos dieron el “pitazo” que había mucho camarón y patas de mula en los manglares cerca de Pichilingue, y con la misma armamos una salida; Jesús Leyva Valenzuela (+) –mi ex jefe y compadre–, Rafael Leyva Valenzuela (+), hermano de mi compadre, mi papá (+) y un servidor, Rafael Leyva presumía ser “gueno” pa’ la “tarraya”, según él, había sacado mucho camarón en los esteros de Sinaloa, mi tío “Güero” Castro tenía una “tarraya” grande con la que le tiraba a las chopas en Las Cruces, se la pedí prestada, una “tarraya” nueva y grande –después me enteré que había sido de Juanito Abaroa–, así que un día muy temprano nos fuimos a explorar, recuerdo que la carretera a Pichilingue tenía varios cortes por las corridas de agua (cañadas) provocadas por las torrenciales lluvias, lo que no fue ningún impedimento para comenzar a tirar “tarrayazos” en la playa de “enfermería” hasta los manglares cerca de Pichilingue.
En la playa de “enfermería” agarramos unos cuantos camarones, no había, ¡ah! pero cuando llegamos a los bajos y manglares cerca de Pichilingue fue cosa de sacar y sacar camarones, en realidad el Rafa no sabía “tarrayar” con todo y lo que presumía, y nosotros tres, menos, así que destendíamos la “tarraya” como bandera, la agarrábamos de las puntas y como “palangre” la arrastrábamos a ras del lecho del mar, en cada arrastre sacamos muy buenos camarones, de suerte que no tardamos en llenar una hielera mediana y dos baldes de plástico de 20 litros, el último “tarrayazo” fue para los sufridos “tarrayeros” que despreciaríamos unos burritos de machaca y de frijol con queso para comer camarones cocidos en un balde galvanizado que pedimos prestado a una familia que estaba “acampada” en la playa del “Tesoro”, en ese entonces no había tanto “rejuego”.
De las ocho de la mañana que comenzamos a trabajar la “tarraya” hasta pasadas las doce del día fue de agarrar camarones y camarones, muy buena zafra, recuerdo que al final, tras la sagrada repartición nos tocaron más o menos trece kilos por cabeza sin incluir los que nos comimos en la playa, no menos de cinco kilos entre cuatro, con sal, limón y salsa huichol; cuando llegamos a la ciudad no faltó quien soltará la sopa y desparramara que había muuuucho camarón y patas de mula, recuerdo que sacamos pocas patas de mula porque casi nos las apetecimos, pero qué tal camarones.
A los tres días hay vamos de nuevo al camarón, seguros que tendríamos buena zafra, cuando llegamos a la playa donde habíamos agarrado muy buenos camarones era un gentío dentro del agua y en los manglares, parecían gambusinos, tiramos la “tarraya” desesperanzados al ver a tanta gente en lo mismo, logramos sacar apenas un puño de camarones en los dos “tarrayazos”, como íbamos confiados de que agarraríamos para comer allá, solo llevábamos limones, sal, salsa huichol y una olla de peltre para cocerlos, a las tres de la tarde nos retiramos de la playa para ir a comer lizas ahumadas enfrente de la terminal de Pichilingue.
Muchos años después me pasó lo mismo, accidentalmente había ido a revisar una poza de agua dulce que queda retenida sobre la arenga donde rompen las olas en el “Cuñaño”, me topé con una poza de agua dulce llena de camarones, en ese momento no saque porque no llevaba “tarraya” pero si le comente a varios que había camarón, al día siguiente que fuimos no solo no encontramos nada, sino muchos pedazos de brazos de pitahaya dulce que le habían tirado a la poza para envenenarlos y así poder sacarlos, de allí que les recomiendo no andar de lucidos, presumidos, mucho menos de “mitoteros”, al final te quedas sin la jícara y sin la miel. ¡Échense ese trompo a la uña!
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