Por Víctor Octavio García
Cuando Víctor Manuel Manríquez Riecke, “Vidorria” era jefe de la policía en Comondú –en los tiempos de Eligio Soto López como alcalde– en cuanto se le presentaba una oportunidad “tiraba” pal monte, en ese tiempo le sobraban los amigos, había hecho muy buena amistad con Armando Tapia –afecto a la cacería–, piloto fumigador, hijo del Cap. Basilio Tapia, también piloto fumigador, Armando había sacado un jeep de la agencia y de la agencia se fue a la oficina de Manríquez para invitarlo a cazar patos a Los Llanos de Hiray, en ese tiempo Manríquez estaba joven, recién casado, así qué cual problema, ¡fierros” pa’ Los Llanos de Hiray a estrenar el Jeep de Armado Tapia, iban un hijo de Armando Tapia de apenas 3 años de edad, Humberto Gutiérrez el “Yaqui” y el “Vidorria”, Manríquez había oído hablar infinidad veces de Los Llanos de Hiray y traía el “gusanito” de conocer, –aventura que estoy invitado a correr desde hace al menos 30 años, ojala la realicemos; Manríquez a quien tuteó como tocayo o Manríquez, propiamente no camina y yo sordo y medio “huilo”, imagínese–.
Muy temprano salieron de Ciudad Constitución, cargaron gasolina, armas, cartuchos y un galón de agua, como iban a los patos no llevaban más que un galón de agua, las primeras horas de brecha, antes de caer en los verdaderos Llanos de Hiray transcurrieron sin novedad ni contratiempo, ¡ah! pero en una de esas caen en tierra fangosa –así es el terreno, caminas y te hundes, por encima aparentemente está seco pero por debajo hay agua, vil fango–, y se atascó el Jeep, ni pa’ atrás ni pa’ adelante, imposible sacarlo y con ellos un niño de apenas 3 años de edad –hijo de Armando Tapia– en medio de la nada; deciden que Manríquez y Humberto Gutiérrez el “Yaqui” cruzaran Los Llanos de Hiray hasta llegar a la carretera para pedir auxilio quedándose en el Jeep Armando Tapia y su hijo de escasos tres años; Manríquez y el “Yaqui” inician la travesía a la una de la tarde, caminan toda la tarde hasta las doce de la noche, los últimos kilómetros guiados por una “lucecita” que veían desde lejos, la “lucecita” era de un “campamento” de ingenieros que andaban trazando las brechas petroleras, llegan, les platican a los ingenieros lo que les había pasado, le invitan café y algo de comer orientándolos hacía dónde quedaba la carretera la cual estaba a escasos a 800 metros del “campamento”, dice Manríquez que ya no podían más, cansados hasta la madre, traían botas y armas, los ingenieros no les dieron “raite” porque tenían el carro descompuesto, así que a darle a pata hasta la carretera saliendo el km 174, ya en la carretera se pusieron a pedir “raite” y nadie se paraba hasta que se detuvo un trailer que les dio “raite”, el tráiler de caja cerrada así que subieron por una ventanilla de la puerta trasera y como era de noche ya que comenzó a correr del trailer sentían mucho polvo, no veían que era, en el tráiler acarreaban harina –imagínese como quedaron– y éste no iba para el Valle sin que venía a La Paz, así que los dejo en Santa Rita, allí se apalabraron con un conocido que les invito café y cena para llevarlos al Valle (Cuidad Constitución), como en el Jeep se había quedado Armando Tapia y su hijo, un niño de apenas tres años, sin comida y con poca agua; Manríquez acompañado del “Yaqui” se fueron directo a su casa donde tenía Manríquez, en ese tiempo, un pick up Ford 1974, doble, con wincher, subieron mecates y agua, cargaron gasolina, compraron comida y café y ¡fierros! de nuevo pa’ Los Llanos de Hiray donde se había quedado Armando y su hijo, dice Manríquez que llegaron pasadas de las 3 de la mañana encontrando a Armando y su hijo dormidos, mientras maniobraban para sacar el Jeep cenaron armando y su hijo y a darle pa’ atrás de nuevo hasta llegar a Ciudad Constitución pasadas las 5 de la mañana.
Esta anécdota que les comparto hace muchos años que me la platicó Manríquez, hoy la publicó como un reconocimiento a un auténtico amigo, a un amigo que lo cuento con los dedos de una mano, a quien aprecio y con quien he tenido infinidad de anécdotas de salidas al monte, de cacería, “acampada”, rancheadas, brechando, comilongas y una que otra “peda”, hoy mi amigo ya no me acompaña, desde hace un par de años lo operaron de la columna y no quedo bien, casi no camina, no puede caminar, lo he invitado y querido llevarlo para Toris y a Los Llanos de Kakiwui donde tiene muchos amigos y conocidos y nomás no, por él no queda, sencillamente no puede, lo cual me llena de tristeza, ojalá primero Dios, el tiempo y la ciencia médica le permitan volver a ser lo que siempre ha sido, un andariego, un vago al igual que yo, que ama y disfruta su tierra. Saludos tocayo, vaya un fuerte y sincero abrazo con mi amistad renovada de que volveremos –como tú dices– andar “donde solo las águilas se atreven”. ¡Qué tal!.
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