DOS PALABRAS / INTOLERANCIA DEL MODERNISMO

Por Flavio Díaz Mirón

 

Sabemos que la historia tiende a repetirse, a veces para bien y otras para mal. Desafortunadamente, el mundo de la arquitectura, académicos y profesionales, no son conscientes de que están replicando una actitud retrógrada e intolerante que ha asfixiado la creatividad de arquitectos y planificadores con consecuencias desastrosas. La actitud que impacta negativamente en los mecanismos de resolución de problemas de los diseñadores y tomadores de decisiones es el desprecio hacia la arquitectura tradicional, ya sea clásica, vernácula o cualquier tipo de arquitectura que existió antes del advenimiento del Modernismo.

Este desprecio hacia la arquitectura tradicional se muestra cada vez que decimos, en público o en privado, que nos gustaría vivir en y cerca de edificios tradicionales, construidos con materiales tradicionales y dentro de dimensiones humanas tradicionales. Cuando expresamos estos deseos, los arquitectos instantáneamente nos callan, nos insultan, dicen que somos románticos, parroquiales, atrasados, reaccionarios, conservadores e incluso fascistas, racistas o neonazis. Demasiado comunes son estas etiquetas que me han inspirado, gracias a un amigo de la comunidad de arquitectura tradicional, a escribir a continuación una refutación de sólo dos de estas falacias. Las falacias que abordaré se infligieron a nuestros gustos por la arquitectura clásica, en particular.

Como mencioné antes, el establishment arquitectónico cree que nuestras preferencias están totalmente mal encausadas. Según ellos, una de las principales razones que explican nuestras preferencias mal encausadas es que somos demasiado “parroquiales”.

Esta crítica sugiere una corta visión, lo que significa que nuestra preferencia hacia el clasicismo en la arquitectura es extremadamente selectiva, arbitraria o injusta; dada la amplitud de diferentes opciones y estilos, no obstante, todavía nos aferramos a principios y estilos de construcción provenientes del clasicismo.

Ahora bien, cualquiera que haya estudiado arquitectura clásica, que haya leído dos o más libros, sabe que esto está lejos de la verdad, y que es profundamente ignorante. Debido a que la arquitectura clásica es tan grande y diversa, con más de mil años de desarrollo ininterrumpido, y con una extensión geográfica a prácticamente todos los continentes, es difícil definir límites de lo que constituye exactamente la arquitectura clásica, excepto que todos comparten el común denominador de la antigua Grecia y Roma.

Aunado a esto, la arquitectura clásica es mucho más que los cinco órdenes canónicos (si realmente has estudiado arquitectura clásica, debes saber a cuáles cinco órdenes me refiero), ya que también tiene como principios reglas de simetría, disposición, embellecimiento, distribución de plantas generales, incluso pautas urbanas o territoriales que se extienden a diferentes países y climas, etc. Así, el adjetivo prejuicioso “parroquial” parece ser más apropiado para los criticadores que para las personas que prefieren las construcciones clásicas.

Adicionalmente, parroquial también significa literalmente relacionado con una parroquia de una iglesia y, por extensión, con la fe cristiana. Si bien es cierto que una gran cantidad de iglesias son clásicas, otras no lo son: algunas son románicas y góticas, que no son exactamente lo mismo que clásicas. Además de que la religión dicte los estilos arquitectónicos de sus templos, es evidente que muchos otros edificios seculares en todo el mundo comparten igualmente el mismo diseño y principios clásicos. Ergo, clásico no siempre significa parroquial, en su sentido estricto.

La otra falacia que los detractores de la arquitectura clásica repiten incesantemente es que, como preferimos la arquitectura clásica, necesariamente debemos estar en contra de la modernidad misma; en otras palabras, por ser nuevo un edificio o estilo en arquitectura, necesariamente debe ser mejor que el anterior. Esta falacia aparentemente se llama argumentum ad novitatem y parece usarse ampliamente hoy en día en las discusiones de arte y arquitectura.

En términos simples, la falacia surge de creer que algo es bueno sólo porque es nuevo. Innumerables son las veces que los partidarios de la arquitectura modernista se han establecido a sí mismos y a sus creaciones como superiores porque supuestamente representan la vanguardia o los últimos logros. Esto, por supuesto, es un sinsentido, ya que muchos edificios clásicos del pasado, y arquitectos clasicistas, todavía atraen sin lugar a duda de atracción y prestigio internacional.

Por otro lado, es lamentable que todo un movimiento de arte y arquitectura se describa a sí mismo con el adjetivo “moderno”. Porque, cuando nos encontramos hablando de arquitectura moderna, por moderna nos referimos al tipo de arquitectura que proviene del Movimiento Moderno de arquitectura del siglo XX, también denominado Movimiento Modernista. Pero también podríamos estar casualmente inmersos en conversaciones de arquitectura moderna, y por moderna nos referimos a algo que se construyó recientemente (v. gr., “vamos a ver el lado moderno de la ciudad, construido durante la década de 2000”). Quizás también sea desafortunado que la palabra “clásica” describa un tipo de arquitectura, aún más amplio, por su asociación sesgada con el adjetivo inherentemente positivo “clásico”.

Nuestros críticos podrían ayudar a que esta cuestión fuera mucho más fácil de entender para todos, si tan sólo dijeran “modernista” en lugar de moderno, y “modernismo” en lugar de modernidad. Dado que la modernidad es un concepto tan amplio, resulta confuso que cuando apoyamos nuevos edificios clásicos, nos critiquen por no abrazar la modernidad. Como si de algún modo decidiéramos vivir exiliados en el pasado o fuera del tiempo mismo. Planteo la pregunta: ¿no se aplican las reglas del tiempo si consideramos que vale la pena apoyar la construcción de edificios clásicos? Esta falacia absurda, por intrascendente que parezca, retrata algo mucho más siniestro y verdaderamente atrasado.

Imaginemos si la gente en Italia durante el siglo XV, especialmente durante la segunda mitad del siglo XV, tuviera las mismas ideas sobre actuar básicamente de acuerdo con la época en la que se encuentren. Imaginemos a un joven, obstinado Miguel Ángel indispuesto a aprender sobre filosofía, escultura, perspectiva para pintar y diseñar arquitectura de los antiguos griegos, nunca habría esculpido a un David, ni a una Pietà, ni habría pintado los frescos de la Capilla Sixtina, y la Basílica de San Pedro en el Vaticano habría tenido un aspecto muy diferente. Tampoco habría habido manierismo, y si no hubiera habido manierismo, la arquitectura barroca nunca habría existido.

Pero continuemos con este experimento mental. ¿Qué pasaría si los miembros de la familia Medici de Florencia, contemporáneos de Miguel Ángel, hubieran estado totalmente satisfechos con el espíritu medieval de la época y, por tanto, no hubieran hecho amigos ni conocidos con pensadores que discutieran la filosofía griega antigua? El neoplatonismo nunca habría existido y, sin él, el Renacimiento nunca habría comenzado.

Puede ser conveniente señalar que, de hecho, hubo personas que se opusieron enfáticamente a mirar hacia atrás, hasta los antiguos griegos y romanos, y al resurgimiento de la filosofía, las artes y la arquitectura antiguas; el más notable: Girolamo Savonarola. Savonarola fue un fraile dominico y vivió extremadamente opuesto a las ideas del Renacimiento, se convirtió en gobernante de Florencia por un corto tiempo y abogó por la destrucción del arte y la cultura seculares. Últimamente, la historia no trató bien al fraile Savonarola. Animo a todos a investigar y aprender qué le sucedió exactamente durante ese tiempo fascinante.

Debo incluir arriesgando de que esta entrada de blog se convierta en una lección de historia que siglos después del Renacimiento, la gente en Europa y América comenzó a construir de manera gótica nuevamente, iniciando el movimiento neogótico. Y este fenómeno, revivir estilos muertos del pasado, se repitió en todo el mundo en diferentes épocas (v. gr., neoclasicismo, neorrenacentismo, neoegipcio, neomaya, neobizantino, neorrománico, neomudéjar, neoplateresco, neomogol, y muchos más).

Por lo tanto, la oposición y el desprecio que los arquitectos modernistas tienen hacia la arquitectura clásica refleja el estado en el que nos encontramos. El establishment arquitectónico se ve desafiado intelectualmente, sufre de disonancia cognitiva y, al mismo tiempo, es abiertamente arrogante. A pesar de los actuales desastres ambientales y urbanos causados por la industria modernista y el urbanismo financieramente insostenible que continúan proponiendo, los arquitectos todavía se aferran a los preceptos derrochadores del siglo XX, creyendo ciegamente que la tecnología de alguna manera revertirá todos los daños.

Al enseñar únicamente arquitectura modernista en las aulas, los estudiantes se ven privados de un universo de soluciones empíricamente probadas e intervenciones ambiental y financieramente sólidas, que esperan ser utilizadas y disfrutadas nuevamente. Si queremos enfrentarnos frontalmente a estas actitudes y falacias, tal vez sea más útil hacerlo a nivel universitario, combatiendo a los charlatanes y sofistas de hoy en día. Y dejemos que la historia misma juzgue a estos nuevos extremistas del siglo XXI como lo que realmente son: intolerantes y atrasados; porque frenan el proceso natural e histórico del desarrollo de la arquitectura, el cual consiste en siempre ver hacia atrás para ir hacia adelante.

Flavio Díaz Mirón Rodríguez

diazmiron.flavio@gmail.com

Presidente INTBAU MÉXICO