Por Víctor Octavio García
Porqué estoy en contra de los injerencistas que le cambien de nombre a mi estado
El propósito de cambiarle el nombre a nuestro Estado lo viene promoviendo hace algunos años el director del museo de Historia de Ensenada, Baja California, el espeleólogo Carlos Lazcano Sahagún, a quien se le reconoce la autoría de varios libros sobre la historia de la península y sus habilidades de investigador. También se le respeta por ello, y por sus opiniones que sobre personajes y sucesos históricos realiza cotidianamente, donde combina datos y elementos ciertos, otros supuestos, con lo que da lugar a narrativas literarias, más no a verdades absolutas (él sabe y nosotros también que éstas no existen) y menos evidencias marcadas por la historiografía como disciplina científica. También se le respeta el derecho que tiene a hacerlo, y hasta a equivocarse.
La primera pregunta que surge a quienes estamos interesados en el tema de la historia regional, pero más a quienes nos venimos oponiendo públicamente a esta pretensión de cambiarle el nombre a Baja California Sur, para dejarlo reducido solo a California es la siguiente: ¿cuál es la razón por la que el señor Lazcano no ha exigido en su estado de residencia -Baja California- que se le cambie de nombre? La respuesta creemos que está más allá de todo lo que ha escrito y que cautivó a grupos de promotores de la historia locales, respecto a que el concepto California fue aplicado primero a lo que hoy es Cabo San Lucas, en su opinión, como el primer lugar del mundo en que se le impuso este mítico nombre, y de ahí el concepto permeó hacia el resto del territorio peninsular hasta llegar varias décadas después a la Alta California, el hoy estado de California, Estados Unidos, que nos fue arrebatado mediante una abusiva intervención armada.
Esto que Lazcano afirma, no hay evidencias plenas de que así haya sido. El historiador don Pablo L. Martínez en sus obras, Historia de Baja California e Historia de la Alta California 1542-1945, publicados en 1956 y 1970, respectivamente, señala la dificultad para interpretar la cartografía del siglo XVI y aceptar acríticamente que los nombres a lugares de la península impuestos a los diversos mapas, concretamente el de Cabo California y el de California, hayan sido puestos en la misma fecha de elaboración de dichos mapas. Desafortunadamente, se requiere de mayor espacio para explicar y exhibir estos datos y documentos históricos. Pero personalmente, con todos los riesgos que implica creer a pie juntillas lo que escriben los historiadores en lo general, prefiero creerle a don Pablo L. Martínez que vivió y murió para la historia peninsular, sin pedir nada a cambio, que al señor Carlos Lazcano, por más que me haya refutado en mi página de facebook que lo escrito por Pablo L. Martínez, palabras más, palabras menos, ya había sido superado. No dijo que por él, pero se sobre entiende.
Solo para citar un solo ejemplo de algunas contradicciones escritas por don Carlos Lazcano: en el dictamen emitido por la Comisión de Nomenclaturas Oficiales, se señala que el 29 de julio de 2020 Lazcano les envió una carta donde “expuso medularmente lo siguiente: – que el primer sitio que recibió el nombre de California no fue la península, sino el actual Cabo San Lucas. Los soldados de
Cortés lo llamaron “Cabo California”; una vez que Cabo San Lucas recibió el nombre de California, éste se extendió al resto de la Península.” Citas textuales.
Al respecto, cito también lo que Carlos Lazcano escribió en el libro “Sobre el nombre California” que le editó en 2018 el Archivo Histórico Pablo L. Martínez. En la página 19, textualmente señala lo siguiente: “A ambas provincias, tanto a la península (que ya era California desde 1535) como a su continuación continental al norte se les conoció como California entre 1622 y 1769.”
O sea: en 2018, dos años antes de mandar la carta al Ayuntamiento para sustentar el Día de la Californidad, don Carlos Lazcano dijo lo contrario: que la península California ya era tal en 1535; para en julio del año 2020, escribir que Cabo California -Cabo San Lucas actualmente- fue primero y de ahí se pasó a denominarse a toda la península, y después a la parte más septentrional, la Alta California. ¿Qué es entonces lo que le tenemos que creer? Lo que él dice contradictoriamente, o la verdad histórica que aún está por saberse.
En el artículo Sobre el nombre de nuestra península escrito por don Pablo L. Martínez en abril de 1951, en la revista que dirigió en la ciudad de México, llamada Baja California, que usted puede consultar en el libro Pablo L. Martínez: Sergas Californianas de Aidé Grijalva, Max Calvillo y Leticia Landín, historiadores de Baja California, editado por la UABC y el Instituto Sudcaliforniano de Cultura en 2006, textualmente dice lo siguiente: “Lo cierto es que la palabra California aparece por primera vez aplicada a la península -según todos los indicios a La Paz- en el diario escrito por Francisco Preciado, individuo que formó parte de la gente que acompañó a Francisco de Ulloa en su viaje 1539-1540, descrito con anterioridad. Este diario apareció publicado en italiano en 1556, en el tercer tomo de la obra de Giovanni Battista Ramusio editada en Venecia por la Stamperia de Giunti con el título Delle navigazioni e viaggi.” Los subrayados en negritas son míos, para destacarlos.
Veamos el compromiso de don Pablo L. Martínez con la evidencia histórica. ¿Podemos creer que siendo él originario de Los Cabos, de haber sido real, verídico y verdadero que de Cabo California -antecedente de Cabo San Lucas, geográficamente, fue el primer sitio llamado California y de ahí permeó a toda la península, no lo hubiera exaltado como un gran orgullo para su tierra natal?
Pero el señor Carlos Lazcano afirma, sin comprobar, que lo investigado y escrito por don Pablo L. Martínez, “ya fue superado”.
Vuelvo a repetirlo: le creo a don Pablo L. Martínez. Porque además, después de cincuenta y un años de fallecido nuestro ilustre historiador, ¿qué interés puede tener él o puedo tener yo para reconocerle su aseveración o su talento?
Recordemos que como evidencia real y objetiva de la llegada de Hernán Cortés a la península está el Auto de posesión del puerto e bahía de Santa Cruz, del 3 de mayo de 1535, considerada el acta de fundación de La Paz.
En segundo lugar, sin negar el valor histórico del nombre California, de lo atractivo y mítico que encierra la leyenda derivada de Las Sergas de Esplandián, ese nombre maravilloso pertenece a nuestra historia, es propiedad colectiva de todo un conglomerado humano dividido por las fronteras impuestas por la razón política; le pertenece a todo el territorio que se denominó provincia de Las Californias. Como también pertenece a toda la península el nombre compuesto de BAJA CALIFORNIA. Con este nombre compuesto, los habitantes del estado norte y los habitantes del estado sur, nos identificamos en este presente, aquí, ahora, (disculpen lo enfático) como en el pasado identificó a quienes nos precedieron, a nuestros antepasados que ya murieron. Quizás no valga poner el ejemplo, pero sería tanto como decir que VICTOR OCTAVIO GARCÍA CASTRO a partir de mañana se llame nadamás OCTAVIO, porque tuve un abuelo o bisabuelo que se llamaba OCTAVIO.
Estamos identificados, en mi caso, por más de sesenta años, con BAJA CALIFORNIA SUR.
El detalle es que en los razonamientos de Carlos Lazcano y algunos otros más historiadores sudcalifornianos, el término BAJA es un término peyorativo que nos hace menos, que los gringos nos lo han impuesto ventajosamente para quedarse ellos con el nombre California, así como nos despojaron de ese inmenso y rico territorio, que por sí solo es una potencia económica y cultural. Pero eso es lo que opina Carlos Lazcano, quien no deja de mostrar su crítica al imperialismo norteamericano, a los comerciantes y empresarios que por marketing han registrado y denominado a sus negocios con el término BAJA, en sus diversas connotaciones, haciendo a un lado el nombre CALIFORNIA; según él eso es un despojo cultural, un robo alevoso porque los peninsulares somos los dueños del término CALIFORNIA.
Mi opinión -también opinión- con el mismo derecho de Lazcano y seguidores de seguir estacionados en la ideología marxista leninista de los años setenta, antes de la caída del Muro de Berlín y de la desaparición de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas -URSS- es que tiene todo el derecho a seguir interpretando y conceptuando una realidad sobre bases teóricas por mucho rebasadas. Como él mismo dijo sobre don Pablo L. Martínez: “ya superada”.
Pero sin estar a favor de la exclusión del término CALIFORNIA de esos nombres comerciales, el problema no es de los comerciantes y empresarios, aunque estén violando una ley decretada en tiempos de don Alberto Alvarado Arámburo, en 1982, sino de las instituciones públicas que nunca actuaron para darle vigencia a esa ley para proteger el nombre completo de Baja California Sur en los comercios y marcas registradas localmente. Es también de las instituciones educativas y responsables de la cultura que sí han hecho algo en el tema, pero no lo suficiente en calidad y cantidad, para arraigar el amor a esta tierra peninsular, por difundir con veracidad y contundencia nuestra historia regional y el civismo que de ella resulta. Aún estamos a tiempo de hacerlo.
Aclaro: No estoy en contra de que se celebre el Día de la Californidad, acordado por el Ayuntamiento de Los Cabos el día 23 de septiembre pasado, si este día sirve para auspiciar más interés, conocimientos y reflexiones plurales y veraces sobre nuestra historia, y también que sea útil para desplegar una narrativa literaria que estimule la creatividad y la imaginación. Pero cada cosa en su lugar. La literatura histórica no se puede hacer pasar como ciencia, como verdades absolutas, ni la historiografía se puede entender y comprender como literatura o narrativa en cuento o poesía. Son terrenos diferentes aunque la una y la otra se complementen para darle contenido y sentido a lo que se lee.
De lo que estoy en contra es que se esgrima o argumenten verdades a medias o medias verdades, que suposiciones u opiniones, por muy respetables que sean, se utilicen como parte de la estrategia diseñada y expuesta por don Carlos Lazcano públicamente en varios foros, para demandar el cambio de nombre a Baja California Sur. Pero está en su derecho y quienes lo secundan y su servidor también estoy en mi derecho, y en el derecho de ellos estarán quienes también secunden la negativa a que se le cambie de nombre a Baja California Sur.
Es bueno el debate, la confrontación de ideas, el contraste de opiniones que enriquece la investigación y alienta la búsqueda de conocimientos, además de fomentar el sentido crítico para que el conocimiento avance por los caminos de la ciencia y no de la conjetura o la suposición. Pero también entiendo que los sesgos que esto puede tomar política e ideológicamente, también con lleva más que a tomar posiciones, a dividir a la comunidad cuando los ánimos y las pasiones se encienden, y entonces perdemos todos.
Continuar debatiendo con respeto y altura de miras, más allá de los egos personales y el afán de imponerse por otros medios, y analizar este tema, considero que nos nutre a los interesados y a la ciudadanía. De ninguna manera es negativo hacerlo; negarlo por la fuerza o las represalias, sería lamentable. ¡Qué tal!