DOS PALABRAS / RESILENCIA URBANÍSTICA

Por Flavio Díaz Mirón

 

Con cada año que pasa, el ciudadano común experimenta un deterioro en su ciudad que impacta de manera negativa su calidad de vida. Los sistemas administrativos anteriores, por más autoritarios o retrógrados que nos parezcan a nosotros, supieron manejar de mejor manera la planificación urbana. Es cierto que en el pasado no había poblaciones tan multitudinarias y móviles como ahora, sin embargo, la capacidad de nuestros antepasados en construir edificios, comarcas, pueblos y ciudades permitió crear los lugares que precisamente hoy celebramos como los más agradables. Oso en afirmar que los lugares que más sufren de gentrificación hoy son todos lugares que cuentan con un trazado tradicional o con un urbanismo tradicional, premoderno o “precorbusiano”. No hay nuevas ciudades o asentamientos humanos construidos en el siglo 20 ó 21 que sufren de gentrificación. Y la explicación a este fenómeno de la gentrificación es sencilla mas no llega a la miope mirada del arquitecto moderno: la arquitectura y el urbanismo tradicional, anterior al Movimiento Moderno, contiene lecciones y cualidades milenarias que permiten el florecimiento humano, gracias a sus dimensiones accesibles, sus espacios peatonales, su construcción duradera, su concepción armoniosa, sus espacios convenientemente de usos mixtos, y su inapologética y expresa belleza.

Empero, ahora, los lugares de alta calidad se vuelven cada vez más exclusivos y escasos, dado que el ciudadano promedio se enfrenta con un mar de intervenciones modernistas que, en vez de construir de manera coherente, rompen con la escala, armonía y sentido de pertenencia. Desde las escuelas de arquitectura, y en las facultades “humanísticas”, se enseña a los impresionables jóvenes a despreciar los métodos tradicionales de construcción autóctonos de cada región para diseñar y construir de acuerdo con lo que está de moda en los Estados Unidos o Europa. Aquellos oficios tradicionales de construcción que daban cientos de trabajos dignos y necesarios para construir lugares maravillosos (hoy patrimonios mundiales reconocidos por la UNESCO) y duraderos, están casi en total extinción. La construcción, arquitectura y diseño urbano que empleaban los materiales de construcción naturales y renovables de cada localidad hoy son desplazados por la digitalización (o deshumanización) y los materiales de construcción sintéticos, los cuales no duran tanto como los materiales naturales, ni ofrecen el deleite estético por el cual la gente -y los extranjeros- pagan un precio premium para ocupar dichos espacios.

No obstante, nos encontramos con un resurgimiento de interés por lo tradicional. Estudiantes que vuelven a interesarse por la construcción con tierra creen que gracias al bajo impacto al medioambiente y biodiversidad, algunos métodos tradicionales de construcción deberían de resurgir. Hace ya un par de décadas que la sostenibilidad ocupa un lugar predominante en las agendas institucionales, con los nuevos nombres y figuras como, por ejemplo, la bioconstrucción; la tasa cero de carbono; el carbono neutral; o la arquitectura y construcción pasiva; los planes académicos han vuelto a fijar sus miradas a las técnicas que permiten construir lugares cómodos y durables a través de modos que no contaminan o impacten de forma negativa al medioambiente. Esto sin mencionar que, el gran ausente en la discusión académica y profesional de nuestros días es la revaloración y pertinencia de volver a construir usando lenguajes clásicos de diseño. Nadie puede negar que el gran atractivo para las masas aún sigue siendo la Arquitectura Clásica derivada del mundo grecolatino y desarrollada por milenios suscitando sus múltiples engendros como, por ejemplo, el eclecticismo; el art nouveau; el art déco; el neoclásico; el barroco-churrigueresco; el neorrománico; el neogótico; el plateresco; etc.

Es al casi-interminable compendio de soluciones arquitectónicas y urbanísticas que ofrece la arquitectura clásica que debemos de aprovechar para corregir los errores garrafales del Movimiento Moderno, que, si bien tiene sus méritos, se caracteriza también por crear objetos de consumo de muy poca duración y con tecnologías que deshumanizan y perjudican a la salud humana y al medioambiente. Dada su trascendencia, grupos de ciudadanos normales y comunes empiezan a manifestarse a favor de un revisionismo arquitectónico y en contra de la ofuscación arquitectónica que envuelve a los arquitectos con pseudo teorías y concepciones pasajeras encapsulándolos en auténticas torres de marfil.

Antes, los recursos que la gente común y corriente tenía para manifestar su opinión en contra de proyectos arquitectónicos era ponerle apodos o adjetivos a las ocurrencias que decidían los expertos en construir, e.g., la “suavicrema” al monumento al bicentenario de la independencia bautizada como la “Estela de Luz”; la “lavadora” al conjunto “Calakmul” en Santa Fe, CDMX; o el “pantalón” a los “Arcos Bosques” en CDMX. Sin embargo, ahora, gracias a las herramientas de comunicación rápida en Internet, comunidades internautas organizan iniciativas que ponen en debate y discusión la degradación y confusión estética en varias naciones del mundo. Grupos que se autodenominan como “Revuelta Arquitectónica” en México, o “Architectural Uprising” en el exterior, denuncian en plataformas como Facebook e Instagram la destrucción de lugares que fueron emblemáticos pero que han sido sustituidos por edificios y lugares monocromáticos y lisos, y a menudo sin ninguna relación al contexto local. Se les lee en sus perfiles y en sus propios idiomas que abogan por la reintroducción de arquitecturas más tradicionales de cada país en los planes de estudio y diseños de proyectos arquitectónicos actuales.

Lo más probable es que la inercia cultural y la disonancia cognitiva impida a los expertos modificar sus creencias y por consiguiente sus comportamientos y acciones. Asimismo, es bien sabido que uno de los desafíos más difíciles de enfrentar para el ser humano de cualquier estrato y latitud es reconocer que uno ha errado. Mas aún es todavía más difícil reparar el daño o error cometido. No obstante, auguramos el día en que se valorice nuevamente aquella fórmula eterna tan vilipendiada y al mismo tiempo manoseada: la triada vitruviana, i.e., firmitas (solidez), utilitas (comodidad) y venustas (belleza). De no cumplirse alguna de estas tres virtudes, un edificio o ciudad no podrá perdurar y ser resiliente, pero, si se cumplen cabalmente las tres virtudes mencionadas al mismo tiempo, se garantiza que un edificio o lugar sea mantenido, usado y disfrutado para la posteridad.

 

Flavio Díaz Mirón Rodríguez

Presidente INTBAU México

diazmiron.flavio@gmail.com